martes, 11 de mayo de 2010

Llueve en Alaska


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Algo así dijo él: “En las horas en que la felicidad se abstiene de asistir a mis llamados y salgo a buscarla a la calle pregonando silente su nombre, un baño de paz cae del cielo y me cubre, dónde no debería haber nubes se forman, cuándo no debería haber viento él llega. Es como si el universo me dijera que sabe lo que siento, que él me escucha; que no estoy solo”.
Lo miré con la admiración que sólo puedo destinarle a él y escuche sus palabras. Me sentí culpable de su ausencia de felicidad, de su sensación de soledad y al final celosa de la compañía que el universo le brinda, pero realmente no puedo más que agregar a la lista una razón más para querer ser él.
Viaja con el alma a cuestas, recorre lo que para muchos sólo serán palabras, imágenes, sueños, ilusiones que sólo podrán leer en los ojos de él y recrear con su voz. Se enfrenta a los miedos más humanos, a conocerse a solas, a no tener como mentirse, a estar con él mismo hasta el grado de no soportarse. Y encuentra tonalidades hasta en el blanco de la nada que para muchos pierde sentido. Si yo tuviera su alma, si yo tuviera sus ojos, si yo tuviera sus manos. Ha escuchado en lenguas que no sé que existen, ha sido testigo de historias que no podría inventar en mis noches más delirantes y sin embargo aun tiene sed de más, tiempo para más, fuerza para más. Si yo fuera él, si tuviera sus zapatos, si vistiera su magia sobre mi cuerpo.
Llega a mi vida y estoy ansiosa de sus relatos, de su humor, de su vida, pero más que nada estoy ansiosa de su abrazo, de su risa, de saber que está a mi lado. Si yo fuera tan libre, si tuviera sus alas, si tuviera su ímpetu. Si tuviera una lluvia a mi lado cada que recorro mi pequeño pedazo de mundo en busca de la felicidad que se niega a visitarme.