jueves, 29 de abril de 2010

No sé


-->
No puedo entender lo que en mi provocas, no sé describirte, no puedo encontrar en el mundo una metáfora con la cual pueda compararte.
Escribir de ti, es como hablar del aire, pero no eres cualquier viento, no eres tempestad, no eres brisa , no te puedo comparar ni siquiera con el ente más cambiante y libre. Sin embargo es el que más se te asemeja.
Eres viento de verano, que refresca en los días rojos de encandilante sol. Llegas cuando no puedo, cuando no aguanto y con un soplo me calmas. No apagas el sol, pero me olvido de él cuando estas tu.
Eres como el aire, no me queda duda. Por que basta un segundo sin ti para darme cuenta la falta que me haces.
Y quisiera seguirte cada que te siento cerca, cada que te veo rondando, cada que quiero ser libre. Y quiero correr tras de ti para encontrar a tu lado un nuevo mundo, pero de pronto te detienes y ya no te encuentro.
Tengo miedo de que seas como el aire, que te conviertas en huracán, que te transformes en ciclón, que te lleves mis palabras a lugares que posiblemente no encontraré aun que viva para buscarlos.
Y ¿si te vas como el viento? ¿Si buscas nuevos cielos?, ¿si me dejas sola bajo el sol?, ¿si me quedo sola con el recuerdo de tu paz?, ¿si me exaspero en la asfixia de tu ausencia?, ¿si me quedo en el exilio de tu recuerdo?
Por eso no quiero que seas viento, por eso no quiero que seas aire, por eso no quiero buscarte una metáfora. Prefiero quedarme contigo, sin buscarte un nombre, ni una razón, ni un por qué. Prefiero que si me preguntan ¿qué eres?, decir: “no lo sé”.

lunes, 26 de abril de 2010

La Taza


Las flores se deslizaban en el aire, resbalando desde el cielo hasta cubrir toda la tierra en un purpura suave que pintaba mi mirada. La luz de aquella torre jugaba a ser dorada entre la noche oscura y la plata de la media luna que jugaba a ser cascada. La calle solitaria me contaba historias tristes. Los murmullos de la gente se convertían en música cadente que me provocaba cantar. Y pensaba en ti.
En la silla vacía frente a mí, no estabas tú, en ese suelo no estaba tu sombra, la luz dorada con caía sobre tu cabello, aquella música hecha de voces sin tono, ni ritmo, no llegaban a tus oídos y mi mirada purpura no se veía en tus ojos.
Un flautista entro por el pequeño umbral cubierto de yerba espesa, casi tan espesa y larga como la barba de ese hombre, sus matices grises descoloridos y blancos soñando ser azules tenían una magia como de cuento de hadas, que me recordaban mi infancia. Su flauta color a obsesión me hablaba de ti, cada que los arrugados dedos de aquel hombre de la sonrisa escondida entre la selvática barba y los pequeños ojos de cuna de paz, la acariciaban pidiéndole con un aura de amor que me contara una historia. Y cada historia era de ti.
Me quedé perdida en aquel contar de historias de aquel hombre y su dulce amada. Hasta que ambos acordaron parar, como si no hubiera más que decir y se acercaron a mí. Él colocó su mano sobre la mesa, junto a mi taza de café, la vio y me dijo:
“¿Qué haces frente a una taza vacía?”
Y después se fue.
Mi taza no estaba vacía, estaba al borde, no le había dado ni un sólo sorbo. No entendí en ese momento, hasta que hoy regresé.
Las flores aun dormían en el árbol y la luz dorada no quería jugar con la luna. El cielo era calma, la calle estaba ocupada como para contarme algo. Frente a mi estabas tú y mi taza de café y el frasquito transparente que pretendía ser florero con tres flores blancas, que guardaban silencio.
Me bebí casi de golpe mi vicio de las mañanas y entendí lo qué era realmente lo que estaba vacío cuando los vi a los dos. Estabas frente a mí, pero ya no era en ti en quien pensaba. Platicamos como antes en aquel mágico lugar, te conocí de nuevo, te volví a escuchar. Nos fuimos al tiempo, ya no podías esperar.
Dejé la taza en la mesa junto al florero y la llene con lo que alguna vez sentí por ti, en algún tiempo, pero ya no más.

domingo, 18 de abril de 2010

En aquel lugar.




Caminaba en la habitación oscura, respirando ese aroma a humedad, con el eco perdido de mis pasos, en ese silencio envolvente que me comenzaba a perturbar. Las ventanas cubiertas de polvo esperaban el verme pasar, no filtraban la luz de la luna, eran ojos cerrados que no querían mirar.


El abandono de todo en aquel lugar, muebles cubiertos por telas, cajones cerrados con llave, candiles que no tienen velas, sueños guardados, dejados, que nadie volverá a reclamar, no hacía más que recordarme porque estaba yo en aquel lugar.

Contaba todo su historia, hablaban de lo que había sido alguna vez, diversas palabras y voces, con cuentos distintos de un distinto ayer, que terminaban siendo el mismo hoy perdido que nadie quiso ser.


El espejo de la esquina llamaba mi atención, pero el miedo de mirarme me alejaba más de él, termine por acercarme, no sé si por curiosidad o simplemente por fe. Mi vista recorría el mármol roto de la pared, lo más bajo que podía, intentaba prolongar lo más posible el ver la imagen en aquel marco oxidado. Cerré los ojos y el aire turbio entro en mi, los abrí de golpe y de la nada te vi.


Te vi a ti, en ese espejo roto, era tu cara, tu rostro, tus rasgos desfigurados por las fracturas en el cristal, pero eras tú. Me sonreías y tu mirada era de paz, de alegría, esa mirada que tanto he de recordar.

Momentos llegaron a mi cabeza, provenientes de mi alma y volaron libres mariposas moradas, por el cuarto oscuro que quería llorar.


Tu mano se acerco a la mía atreves de ese espejo, nos tocamos, sin tocar. Mis ojos se extraviaron en esa esencia que regalabas al mirar. Y entonces comprendí lo que pasaba, no eras realmente tú al que yo quería observar, sino a ese reflejo roto, ese tú de antes, al que abandonaste conmigo en ese lugar.


El lugar de los recuerdos que se están por olvidar.