miércoles, 16 de septiembre de 2009

Ataduras.


Que ataduras más grandes tiene mi pecho, hechas de frustraciones y dolores que no pasaron al olvido, son tan fuertes y rigidas que por más que intento no logro arrancarlas. Están como saliendo de mi alma, como si tuvieran ahí sus raíces, fuertes y profundas.


Miro a los lados desesperadamente buscando, con los ojos inundados de un húmedo terror, al agresor de mi libertad, pero no encuentro nada, no hay nadie, ni un eco, ni una sombra, ni una señal de que alguien más estuviera a mi lado o en las cercanías.


Un grito se ahoga en mi pecho y siento el aire tibio atorarse en mi garganta, siento cimbrar mis adentros de miedo, impotencia y furia.


Agacho lentamente la mirada hacia mis manos, rogándoles un poco de fuerza para liberarme, pero ellas no irán a ayudarme, por que han sido ellas las que forjaron las amarras hace ya tantos años sin que yo me diese cuenta, esperando el momento preciso para hacerlas al final eternas.


El sol se escondió hace no mucho y dejó de quemarme en los ojos, pero ya ni ver la luna me contenta.


En mi mundo en ese momento, sólo yo en el vacío, con la noche que me sabe a tampoco que hasta podría ser de día. Con el espíritu casi ahorcado en mis propias ataduras. No puedo más que soltar una risa, que pareciera más un llanto desesperado. Mira que buscar tanto tiempo mis alas para volar a ese cielo estrellado y tenerlas para descubrir que no soy libre porque yo misma me he atado.